CASA DE BERBEO
Comandante general de los Comuneros (El Socorro, ca. 1739 - 1795). Juan Francisco Berbeo fue el comandante general de las masas comuneras en su movimiento del Socorro hacia Zipaquirá y Santafé de Bogotá. Hijo del español Justino Berbeo, natural de Oviedo y de doña Juana María Moreno, su familia era de la élite socorrana, pero no tenía gran riqueza. Se casó dos veces: la primera con doña María Blasina Montenegro, con quien tuvo cinco hijos; y en 1771 contrajo segundas nupcias con doña Bárbara Rodríguez Terán, con quien tuvo una hija, María Josefa. Entre sus descendientes se cuentan el presidente de la República Alberto Lleras Camargo y el historiador de los Comuneros, Pablo Enrique Cárdenas Acosta. Su fortuna era modesta, tenía una casa en la plaza principal del Socorro y dos fincas con esclavos. No era un negociante exitoso, ni tampoco fue un gran rico. Berbeo era muy respetado en el Socorro, pues era su jefe natural. Tenía fama de hombre valiente y decidido, que inspiraba confianza, tanto para los criollos, como para las masas socorranas. Tenía alguna experiencia militar adquirida en campañas contra las tribus aborígenes de carares y yaregüíes. Había hecho viajes frecuentes al interior del país, a Venezuela y el Caribe. Tenía numerosas amistades en Santafé de Bogotá, entre ellas, don Francisco de Vergara, regente del Tribunal de Cuentas. Era diestro jinete. En 1781, Juan Francisco Berbeo y Salvador Plata eran los ciudadanos más prominentes del Socorro, y eran, además, regidores del cabildo; por eso los socorranos los tuvieron en cuenta como sus dirigentes en el movimiento que estalló en el Socorro el 16 de marzo de 1781, en protesta contra las autoridades coloniales. Una multitud de gentes con palos, piedras y otras armas sencillas se levantó contra el nuevo impuesto de la Armada de Barlovento, que se sumaba al de la alcabala. El movimiento insurreccional se extendió a Simacota, San Gil, Mogotes, Barichara, Vélez, Charalá, Chita, Sogamoso y otras regiones del oriente neogranadino. Los Comuneros proclamaron al criollo Juan Francisco Berbeo como comandante general del movimiento, y a los criollos Salvador Plata, Antonio Monsalve y Francisco Rosillo como capitanes comuneros, y decidieron marchar hacia Santafé. Se reunieron más de 20 000 hombres, la mitad de ellos indígenas, armados de machetes, macanas, picas y demás herramientas del campo. Berbeo dirigió todos los aspectos de la marcha comunera hasta Zipaquirá. Mientras tanto, las autoridades santafereñas acordaron nombrar una comisión negociadora con los Comuneros, suspender las reformas tributarias y fortificar la capital. A la comisión negociadora se unió el arzobispo Antonio Caballero y Góngora. En las Capitulaciones de Zipaquirá, que Berbeo y los Comuneros negociaron con la comisión oficial, encontramos la defensa de las tradiciones jurídicas de los pueblos, el reclamo por la supresión y rebaja de impuestos, la libertad de cultivo y el libre comercio del tabaco, el mejoramiento de caminos y puentes, el acceso de los americanos a los altos puestos administrativos, la devolución de los resguardos a los indígenas, la devolución de las salinas a los indios y otros reclamos semejantes. Sin embargo, las Capitulaciones, que firmó Berbeo con la comisión oficial del gobierno español, fueron anuladas al poco tiempo por las autoridades y los dirigentes del movimiento fueron castigados. Ante esta injuria contra el pueblo comunero, el mestizo José Antonio Galán se levantó y continuó el movimiento con el apoyo popular, pero en octubre fue aprehendido por las autoridades españolas. En las Capitulaciones de Zipaquirá se estipuló la creación del corregimiento del Socorro, con separación de la Provincia de Tunja. El primer corregidor del Socorro, en 1781, fue Berbeo, aun cuando por pocos meses, pues fue suprimido por las autoridades virreinales. Después de la defensa de su conducta en el Movimiento de los Comuneros, que, según Berbeo, había sido obligada por un pueblo airado y que había dirigido con orden y seguridad para evitar la anarquía y el pillaje, las autoridades españolas no lo sancionaron. Berbeo murió en el Socorro, en el año 1795.
CONVENTO DE LOS CAPUCHINOS
LA NOCHE DEL 9 DE JULIO DE 1810
En un memorial enviado el 16 de julio de 1810 por el Cabildo del Socorro al virrey, se describe así lo ocurrido en esa población a las 7 de la noche del 9 de julio de 1810: “Tres paisanos que pasaban por la calle de los cuarteles fueron requeridos desde el balcón donde estaban los soldados con fusiles, diciendo D. Mariano Monroy, “atrás”, y que si no, mandaría hacer fuego. A estas voces ocurrió el Pueblo, sobre el cual empezaron a llover balas de los balcones de los dos cuarteles que estaban uno frente de otro. Los Jueces por evitar un ataque tan desigual en que se había empeñado el Pueblo por la estratagema de Monroy, corrieron a retirar a la gente, lo que no pudieron conseguir tan pronto y tuvieron el dolor de ver que se hubiese quitado la vida a ocho hombres que no tenían más armas que las piedras que tomaban en la calle y que esto hubiese sido por más de sesenta soldados veteranos y algunos reclutas y paisanos que se hallaban en los cuarteles en lugar ventajoso y con armas superiores. Todo el resto de la noche pasamos en vela aguardando en la plaza a que el Corregidor nos acometiese con su gente…”5.
El pueblo del Socorro, encabezado por José Lorenzo Plata y Miguel Tadeo Gómez, además de cientos de personas de algunos lugares aledaños se preparó para dar el golpe al corregidor Valdés. Se fueron reuniendo en la plaza conformando una multitud de alrededor de ocho mil personas y se desencadenó un fervor libertario imparable. Al amanecer del 10 de julio Valdés y sus tropas se escabulleron para refugiarse en el convento de los padres Capuchinos situado en la parte alta de la población. Este convento se había inaugurado en 1787 y para su erección había contado con el generoso aporte de la población, de manera que ahora convertido en refugio de los tiranos con la complacencia de los curas, se convertía en símbolo de opresión. De inmediato los socorranos sitiaron el convento y le cortaron el suministro de agua. El relato de los acontecimientos, en el mencionado memorial del Cabildo para el virrey, dejó el testimonio de lo que iba ocurriendo: “En el altozano de la iglesia y desde una ventana mataron a un paisano que tuvo el arrojo de llegar allá con una piedra en la mano. Desde la torre mataron a otro que se hallaba a dos cuadras de distancia; y sin embargo de que era mucho el fuego que se hacía, como ya obrábamos con algún orden, las desgracias no fueron según los deseos del Corregidor. El pueblo bramaba de cólera viendo salir las balas y la muerte, de una casa que no hacía muchos años que había edificado con el sudor de su frente no para que ofreciese asilo a unos caribes sino para que se diese culto a la Divinidad por unos ministros que aunque venidos de Valencia, de una provincia situada a más de dos mil leguas de aquí, jamás les ha faltado comodidad y satisfacción entre nosotros. Una acción de tan negra ingratitud convirtió de repente los sentimientos de veneración que tenía el Pueblo por el Convento y clamaba voces pidiendo no quedase piedra sobre piedra, y que se pasase a cuchillo a cuantos se hallasen dentro. Ya se preparaban escaleras para tomarlo por asalto sin temor de las balas y sin dar oídos a los jueces que veían que para rendir a los sitiados no era menester derramar más sangre. El furor de la multitud se aumentaba por instantes; y los jueces deseosos de evitar un espectáculo tan atroz intimaron a los Comandantes que se rindiesen prontamente, pues de lo contrario perecerían todos en manos de ocho mil hombres que los sitiaban”6.
Las autoridades españolas del Socorro, encabezadas por el corregidor José Valdés, el teniente coronel Antonio Fominaya y el alférez Mariano Ruiz Monroy, no tuvieron más alternativa que rendirse y fueron apresadas. Los llevaron inicialmente a la plaza donde el pueblo gritaba: “Viva la religión, viva Fernando VII, viva la justa causa de la nación!” El memorial del Cabildo para el virrey del 10 de julio de 1810 fue enviado de inmediato a Santafé y se dispuso dejar copias en los cabildos de Vélez y de Tunja, exhortándolos además para que instalaran sus propias juntas de gobierno desconociendo el mando del virrey. A Santafé llegaron las noticias de lo ocurrido en el Socorro el 16 de julio, cuatro días antes del “grito de independencia”. El propio José Acevedo y Gómez en carta del 19 de julio para el Comisionado Regio Antonio Villavicencio escribió: “Las hostilidades de Valdés han precipitado a la Provincia del Socorro a un rompimiento, como lo verá usted por la adjunta relación de los hechos más notables”. En el Acta de Independencia de Santafé se menciona también lo que acababa de suceder en el Socorro como razón adicional para el movimiento emancipador. Sin duda la independencia del Socorro, primera en estas tierras, impulsó la de Santafé y contribuyó a desatar la incontenible serie de movimientos en las provincias, que de la búsqueda de mecanismos para su gobierno llevaría a la guerra de independencia y a la creación de la República de Colombia en 1819.
Rendidos los españoles, se instaló en el Socorro una Junta de Gobierno compuesta por los miembros del Cabildo y seis personas más7. Se encargaron ellos de redactar y proclamar el Acta de Independencia (11 de julio de 1810) y la Constitución del Estado Libre e Independiente del Socorro (15 de agosto de 1810). La Constitución del Socorro es la primera de las antiguas provincias del Virreinato de la Nueva Granada que iniciaba su emancipación. Se proclamó ocho meses antes que la de Cundinamarca (4 de abril de 1811) que suele mencionarse como la primera de Colombia y de Hispanoamérica. Entre otros aspectos, la Constitución del Socorro estableció principios como la libertad e igualdad entre sus habitantes, el respeto por la libertad, la estricta sujeción a la ley, el respeto al trabajo a la industria y a la propiedad privada, la transparencia en las cuentas públicas, la limitación al ejercicio de la autoridad, procedimientos electorales, invitación a los pueblos que quisieran unírsele en la causa de la libertad, la supresión del tributo para los indígenas y su reconocimiento en sociedad como iguales a los demás ciudadanos y la abolición del estanco del tabaco.
IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRA
Es un modelo de la arquitectura religiosa y colonial. Su construcción se inició en 1764 por los españoles Fernando de Uribe y Nicolás de Villafradez. Fue escenario de la Revolución de los Comuneros y fue nombrada parroquia en 1779. También fue sede de la diócesis de Socorro en 1928.
JOSE ANTONIO GALAN ZORRO
(Charalá, 1741 - Santafé, 1782) Líder comunero colombiano, uno de los más destacados de la insurrección de los comuneros de 1781.
Nacido en Charalá, antigua provincia del Socorro, en el seno de una familia mestiza, las penurias económicas obligaron al futuro líder comunero a trabajar desde pequeño y ya entonces mostró un carácter rebelde. Casado con Toribia Berdugo y padre de dos hijas, participó en una asonada contra el corregidor de Charalá en defensa de los indios guanes y fue condenado a pagar el servicio militar en Cartagena, donde tomó contacto con las artes de la guerra y alcanzó el grado de cabo.
Ante la reiterada negativa a su solicitud de baja del servicio, decidió huir y llegó a mediados de 1780 a Charalá, cuando empezaban las protestas ante el agobiante peso de los impuestos, que estancaba la economía y arruinaba a los pequeños y medianos cosecheros de tabaco. Las nuevas medidas impuestas por los Borbones agravaron aún más la situación e hicieron que el pueblo se levantara contra el poder español.
Las primeras acciones se iniciaron en Simacota en octubre de 1780 y continuaron en Mogotes y Charalá. Allí se escuchó por primera vez el grito "¡Viva el rey y muera el mal gobierno!" que se atribuye a Galán. En marzo de 1781 estalló la insurrección en Socorro y poco a poco se fue extendiendo por la región, a la vez que se formaba un ejército comunero.
Las actuaciones radicales de Galán no eran compartidas por otros jefes del Común: sus blancos ya no sólo eran los españoles sino también los hacendados. El líder comunero dirigió una exitosa campaña por el río Magdalena al grito de "¡Unión de los oprimidos contra los opresores!", declaró libres de tributos a los pueblos indígenas y proclamó la libertad de los negros esclavos.
Mientras, el general Francisco Berbeo firmaba las Capitulaciones de Zipaquirá, que no fueron aceptadas por Galán por considerarlas un engaño para el pueblo. Si bien la Audiencia aceptó las Capitulaciones, en sesión secreta extendió un acta en la que se declaraba la nulidad del acuerdo, y tras la desmovilización del ejército comunero, en junio de 1781, las autoridades coloniales desataron una feroz represión.
Galán continuó la lucha clandestina contra las autoridades realistas, pero fue detenido el 13 de octubre en las proximidades de Onzaga. En Santafé se lo sentenció a ser arrastrado, él y sus compañeros, a la horca; después debía ser decapitado y separados del tronco brazos, piernas, pies y manos. El 1 de febrero de 1782 se cumplió la sentencia con una variante: al no haber verdugo idóneo, Galán y sus compañeros fueron arcabuceados y posteriormente colgados.
ANTONIA SANTOS
(Pinchote, Santander, 1782 - Socorro, 1819) Heroína de la independencia colombiana. Su infancia transcurrió en la provincia del Socorro, región que ya en 1781 había vivido el movimiento insurreccional de los Comuneros. En ese ambiente de rebeldía creció Antonia, en el seno de una familia que apoyó abiertamente la causa independentista desde el primer momento. Dedicada desde joven a las labores agrícolas, recibió la rudimentaria educación propia de las mujeres de su tiempo.
En esa época se conformaron una serie de grupos guerrilleros para luchar contra los españoles realistas; estas guerrillas combatieron el Régimen del Terror y apoyaron al ejército patriota en la Campaña Libertadora de 1819. Antonia Santos organizó y sostuvo la guerrilla de Coromoro, convirtiendo su hacienda El Hatillo en centro de operaciones del grupo. La actuación de esta guerrilla (liderada por su hermano Fernando Santos, José Gabriel Tobar, Camilo Gaona y José Manuel Ruiz, entre otros cabecillas) fue decisiva para las victorias del Pantano de Vargas y de Boyacá, puesto que impidió el paso de las tropas que iban en ayuda de los españoles.
El 12 de julio de 1816, un destacamento militar español comandado por el capitán Pedro Agustín Vargas se presentó sorpresivamente en la hacienda El Hatillo. Las tropas españolas apresaron a Antonia Santos, su hermano Santiago y otros familiares y sirvientes de la familia, y los trasladaron hasta Socorro, donde fueron encarcelados. Antonia fue sentenciada a muerte el día 16 de julio, y ejecutada el 28 del mismo mes en la plaza pública, junto con los próceres Isidro Bravo y Pascual Becerra. La noticia de su muerte exacerbó aún más los ánimos de los grupos guerrilleros, quienes juraron continuar la lucha en su nombre.
MANUELA BELTRAN
(El Socorro, Colombia, siglo XVIII) Heroína colombiana que desencadenó la insurrección de los comuneros de 1781. Se desconoce prácticamente todo acerca de su vida. Al parecer, nació en El Socorro y pertenecía a una modesta familia descendiente de españoles, que manufacturaba tabacos y poseía una tienda de efectos de Castilla.
Manuela Beltrán pasó a la historia de la Nueva Granada el 16 de marzo de 1781, cuando, con 57 años, rompió el edicto del Ayuntamiento de El Socorro por el cual se fijaba el impuesto de Armada y Barlovento. Si bien dicho evento constituyó la chispa que desató la llamada revolución comunera, nunca más se volvió a saber de ella. Fue resucitada por la historiografía del siglo XX como símbolo del nacionalismo prerrevolucionario y considerada la primera heroína de la lucha emancipadora.
En Nueva Granada, donde no se alcanzó a implantar el sistema de Intendencias, se optó por el de Regentes Visitadores; correspondió a Juan Gutiérrez de Piñeres ser el primero. Éste fue nombrado por la audiencia Visitador General, y llegó a Santa Fe de Bogotá en enero de 1778 portando plenos poderes de Carlos III para la reorganización de la Real Hacienda. El entonces virrey, Manuel Antonio Flórez, que se había trasladado a Cartagena para atender la guerra recién declarada contra Inglaterra, delegó todos los poderes en la Audiencia y en especial en su Regente.
Entre las medidas fiscales introducidas por la Audiencia estaba el cobro de una larga serie de impuestos que por diferentes motivos no se pagaban, entre ellos el de Armada de Barlovento, cuyo cobro se decidió efectuar separado de la Alcabala. El impuesto de Barlovento, como la Alcabala, era un gravamen que recaía sobre las ventas y que por lo tanto afectaba los consumos de todas las clases sociales.
La zona donde se empezaron a manifestar con mayor virulencia las protestas populares fue El Socorro, una de las más prósperas del virreinato, pero a la vez una de las que habían sido afectadas por la prohibición de la siembra de tabaco y por los problemas derivados de la tenencia de la tierra. A pesar de que la inconformidad había empezado a sentirse a partir de 1778 en diversos pueblos circunvecinos, fue en la propia villa donde se desató la insurrección general, a partir de la protesta desencadenada el 16 de marzo de 1781, cuando más de dos mil manifestantes que habían acudido a la plaza del mercado se agolparon frente a la residencia del alcalde.
El alcalde prometió que participaría al cabildo sobre los reclamos de los reunidos para informar al visitador. La muchedumbre no le prestó atención, y fue entonces cuando una vendedora de la plaza, Manuela Beltrán, rompió el edicto donde se hallaba fijado el impuesto. Como quiera que la élite socorrana, encabezada por elementos como Juan Francisco Berbeo y Antonio Monsalve, también había sido afectada por las medidas, se unió a la muchedumbre y entró en alianzas con sus representantes más influyentes, entre los cuales se encontraban artesanos, pequeños propietarios y comerciantes.
La insurrección se extendió como la pólvora por todo el nororiente del Virreinato, pasando luego al centro y occidente del mismo. El pueblo, que gritaba "¡Viva el rey y abajo el mal gobierno!", eligió como general a Juan Francisco de Berbeo, que junto a Salvador Plata, Antonio Monsalve y Francisco Rosillo constituyó una Junta revolucionaria llamada del Común, de donde se derivó el apelativo de rebelión o insurrección comunera. El precursor Francisco de Miranda, que desde Europa siguió muy de cerca este levantamiento popular, menciona a Manuela Beltrán como la viejecilla que inició tan sonada rebelión.
Señal colombia: Documental revolucion de los comuneros
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